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Ocho competencias fundamentales, que las escuelas deberían facilitar a sus alumnos para que tengan éxito en la vida
Para que los Alumnos tengan éxito en la vida

Para que los Alumnos tengan éxito en la vida

El plan de estudios convencional se centra en una serie de asignaturas específicas cuya importancia nadie cuestiona. Y esto supone un problema.

El punto de partida correcto es preguntarse qué deberían saber y poder hacer los alumnos como consecuencia de su educación. Esta pregunta ha generado diversos intentos de reestructurar el plan de estudios basándolo en competencias. A mí me parece una buena idea. Según mi modo de ver, los cuatro fines básicos de la educación parecen sugerir ocho competencias fundamentales que las escuelas deberían facilitar a sus alumnos para que tengan éxito en la vida. Todas las competencias son relevantes para los cuatro fines.

Curiosamente, las ocho comienzan por la letra C, lo cual no tiene ninguna importancia aparte de ser una buena forma para mí, y espero que para usted, de recordarlas. Son las siguientes:

Curiosidad: la capacidad de hacer preguntas y de explorar cómo funciona el mundo

En cualquier ámbito, los logros de la humanidad se deben al deseo de explorar el mundo, de ponerlo a prueba y de aguijonearlo para ver qué pasa, de preguntarse cómo funciona, por qué y ¿qué pasaría si?

Los niños tienen un vivo afán de explorar lo que capta su interés. Si despiertan su curiosidad, aprenderán solos, los unos de los otros y de todo aquello que esté a su alcance. Saber alimentar y dirigir la curiosidad de los estudiantes es el don que define a todos los grandes profesores. Animan a sus estudiantes a investigar y a indagar por su cuenta, planteando preguntas en vez de limitarse a dar las respuestas, y estimulándoles a reflexionar sobre las cosas al tiempo que profundizan en ellas.

Para algunos, la curiosidad por determinadas cosas puede ser efímera y satisfacerse enseguida. Para otros, tal vez se convierta en una profunda pasión a la que dedicarán su vida y trayectoria profesional. Sea como fuere, conseguir que los alumnos mantengan  viva su curiosidad a lo largo de toda su vida es uno de los mayores regalos que las escuelas pueden hacerles.

Creatividad: la capacidad de generar nuevas ideas y ponerlas en práctica.

Como individuos que somos, todos creamos nuestra propia vida mediante las actitudes que adoptamos, las decisiones que tomamos y los talentos y pasiones que podemos descubrir y cultivar. Desarrollar la capacidad creativa de los niños es fundamental para cumplir los cuatro fines de la educación. La creatividad es parte integral de nuestra condición humana y de todo progreso cultural. Paradójicamente, esta capacidad nuestra también puede ser nuestra perdición. Muchos de los desafíos a los que nos enfrentamos como especie son fruto de nuestra creatividad, como los conflictos entre distintas culturas y el maltrato colectivo del medio ambiente. A este respecto, no son los lemures ni los delfines, con su escasa imaginación, los que están provocando cambios climáticos con su estilo de vida; somos nosotros, con nuestra imaginación y capacidad creativa mucho más ricas.

La respuesta no es reprimir nuestra creatividad, sino cultivarla más y con una finalidad más amplia. Ante los desafíos cada vez más complejos que aguardan a los alumnos, es fundamental que las escuelas les ayuden a desarrollar sus capacidades únicas para pensar y actuar de forma creativa.

Crítica: la capacidad de analizar información e ideas y elaborar argumentos y juicios razonados.

La capacidad de pensar con claridad, elaborar argumentos lógicos y sopesar pruebas de manera objetiva es uno de los atributos que definen la inteligencia humana. De todas las lecciones que la historia tiene que enseñarnos, esta es, al parecer, una de las más difíciles de poner en práctica.

El pensamiento crítico no se limita a la lógica formal; requiere interpretar intenciones, entender el contexto, percibir valores y sentimientos velados, discernir motivos, detectar prejuicios y presentar conclusiones concisas de las formas más adecuadas. Para todo esto hace falta práctica y preparación.

El pensamiento crítico siempre ha sido fundamental para el progreso de la humanidad; y cada vez lo es más. Hoy en día nos bombardean a diestro y siniestro con información, opiniones, ideas y campañas publicitarias y políticas. Por sí sola, internet es la fuente de información más extendida y ubicua que ha ideado la humanidad, y está creciendo de forma exponencial, al tiempo que también se incrementa el riesgo de confusión y ofuscamiento.

La revolución digital aporta ingentes beneficios a la educación de todos los niños.

Asimismo, jamás han tenido una mayor necesidad de aprender a distinguir entre hechos y opiniones, sentido común y sinsentido, sinceridad y engaño. El pensamiento claro y crítico debería ser parte integral de todas las disciplinas en la escuela, así como un hábito establecido en la vida cotidiana.

Comunicación: la capacidad de expresar pensamientos y sentimientos con claridad y confianza en una diversidad de medios y formas.

Dominar la lectura, la escritura y las matemáticas es un imperativo en educación que todos aceptan, y así debe ser. Igual de importante es fomentar una expresión oral clara y
segura, lo que en ocasiones se denomina «oralidad».

Hoy en día, por desgracia, las escuelas cometen el error de descuidar las destrezas en el ámbito del lenguaje hablado.

La comunicación verbal no solo maneja significados literales; también consiste en entender las metáforas, analogías, alusiones y otras formas de lenguaje literario y poético.

La comunicación no emplea únicamente palabras y números; hay pensamientos que no pueden expresarse debidamente valiéndose solo de palabras. También pensamos en forma de sonidos, de imágenes, de movimientos y de gestos, lo cual da origen a nuestra capacidad para la música, las artes visuales, la danza y el teatro en todas sus versiones.

La capacidad de elaborar y de comunicar nuestros pensamientos y sentimientos recurriendo a todas estas herramientas es fundamental para el bienestar individual y el progreso colectivo.

Colaboración: la capacidad de colaborar constructivamente con otras personas.

Somos seres sociales; vivimos y aprendemos en compañía de otros. Fuera de las escuelas, la capacidad de colaborar con otras personas es vital para la solidez de las comunidades y para afrontar los desafíos a los que nos enfrentamos. No obstante, en muchas escuelas, los niños casi siempre trabajan solos; aprenden en grupo, pero no como grupo.

Permitir que los alumnos colaboren mejora su autoestima, aviva su curiosidad, estimula su creatividad, aumenta su rendimiento escolar y fomenta conductas sociales positivas.

Mediante el trabajo grupal, los alumnos aprenden a resolver problemas y a alcanzar objetivos comunes colaborando entre ellos, a sacar provecho de sus respectivas cualidades y a atenuar sus puntos más débiles, a compartir y desarrollar ideas, a negociar, a resolver conflictos y a respaldar soluciones pactadas.

Trabajando en grupo en las escuelas, los niños descubren la verdad fundamental que encierra la máxima de Helen Keller: «Solos podemos hacer muy poco; juntos podemoshacer mucho más».

Compasión: la capacidad de ponerse en la piel de otras personas y actuar en consecuencia.

Compasión es identificarse con lo que sienten otras personas y en especial con su sufrimiento. Su base es la empatía. El proceso se inicia cuando reconocemos en nosotros las emociones de los demás y cómo nos sentiríamos en sus mismas circunstancias.

Compasión es mucho más que empatía; es la expresión viva de la regla de oro de tratar a los demás como nos gustaría que ellos lo hiciesen. Compasión es llevar a la práctica la empatía.

Muchos de los problemas a los que se enfrentan los niños se deben a la falta de compasión del entorno. El acoso escolar, la violencia, el maltrato emocional, la exclusión social y los prejuicios basados en el origen étnico, la cultura o la sexualidad: todos ellos están provocados por la falta de empatía. Entre los adultos, esta carencia también prende y aviva conflictos culturales y nocivas divisiones sociales.

En un mundo cada vez más interdependiente, cultivar la compasión es un imperativo moral y práctico, y también espiritual. Su puesta en práctica es la expresión más sincera de nuestra común humanidad, y un motivo de profunda felicidad personal y colectiva. En las escuelas, y en cualquier parte, la compasión debe practicarse, no predicarse.

Calma: la capacidad de conectar con la vida emocional interior y desarrollar un sentido de armonía y equilibrio personal.

Vivimos en dos mundos: nuestro mundo interior y el que nos rodea. El plan de estudios que incide en los niveles académicos solo contempla el segundo, y hace muy poco por ayudar a los niños a comprender su mundo interior. No obstante, nuestra forma de actuar en nuestro entorno está profundamente influida por cómo nos vemos y valoramos como personas. Como una vez dijo la escritora Anaïs Nin: «No veo el mundo tal como es, lo veo tal como soy».

Hoy en día, hay muchos alumnos que padecen estrés, ansiedad y depresión en la escuela. En algunos casos, estos sentimientos están causados por el propio centro y, en otros, por la vida que llevan fuera de él. En ambos casos, estos sentimientos pueden provocar aburrimiento, desinterés, ira y emociones más violentas. Las escuelas pueden paliar los efectos cambiando su cultura en aquellos aspectos que hemos descrito.

También pueden ofrecer a los alumnos tiempo y técnicas para explorar su mundo interior mediante la práctica diaria de la meditación. Hoy en día, cada vez son más los centros escolares que incorporan esta práctica, y tanto los alumnos como los profesores están experimentando los beneficios personales y grupales de cultivar regularmente la conciencia plena y la serenidad.

Civismo: la capacidad de implicarse constructivamente en la sociedad y participar en los procesos que la sustentan.

Las sociedades democráticas dependen de la participación activa en su gestión y dirección de ciudadanos bien informados. Para ello, es fundamental que los jóvenes terminen los estudios sabiendo cómo se estructura la sociedad y, en especial, cómo se articulan y les afectan los sistemas jurídico, económico y político.

Los ciudadanos activos son personas que conocen sus derechos y obligaciones, saben cómo funcionan los sistemas social y político, se interesan por el bienestar de sus congéneres, expresan sus opiniones y argumentos, son capaces de influir en el mundo que les rodea, participan en sus comunidades y se responsabilizan de sus actos.

El propósito de la educación cívica no es defender la adaptación ni el statu quo, sino abogar por la igualdad de derechos, el valor de las opiniones diferentes y la necesidad de equilibrar las libertades personales con los derechos de los demás a vivir en paz.

Las competencias para el civismo tienen que aprenderse y practicarse, y también renovarse de forma constante. Quizá fuera eso lo que John Dewey tenía en mente cuando dijo: «La democracia debe volver a nacer en cada generación y la educación es su partera». Para que esto suceda, es fundamental que las escuelas no solo hablen de civismo, deben predicarlo con el ejemplo, como ocurre con las competencias anteriores.

Los alumnos no adquieren estas competencias de forma secuencial en las distintas etapas que pasan en la escuela. Deberían desarrollarlas desde el principio de su educación y practicarlas y matizarlas a lo largo de su vida cada vez con más confianza y de forma más compleja. Los alumnos que acaban la escuela sintiéndose seguros en estas ocho áreas estarán bien preparados para enfrentarse a los inevitables desafíos económicos, culturales, sociales y personales que les depara la vida. ¿Qué clase de plan de estudios necesitan las escuelas para fomentar estas ocho competencias?

Fuente: Escuelas Creativas, la revolución que está transformando la educación - Ken Robinson con Lou Aronica

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