Nos hallamos inmersos en una revolución en la que los cambios tecnológicos se suceden a un ritmo vertiginoso, en la vida diaria y en campos como la inteligencia artificial o la genética que incluso permitirán alargar la vida. Sin embargo, en una sociedad en la que hemos perdido la privacidad y todos somos cada vez más anónimos, ¿cómo afectarán estos avances tan deslumbrantes a nuestras emociones? ¿De qué nos sirve incrementar la longevidad, por ejemplo, si el resultado es una vida sin sentimientos?
No hay más que mirar a nuestro alrededor para constatar que las emociones se han obviado en las empresas y en las relaciones personales. Por ello es urgente emprender una nueva revolución sin la cual las anteriores no habrían tenido sentido: Una «revolución emocional» al alcance de todos, personas y empresas, y que permitirá respetar, compartir y considerar los sentimientos propios y ajenos. Porque la realidad nos muestra que solo nos emociona lo que es auténtico, que solo recordamos lo que nos emociona, que solo aprendemos de aquello que nos emociona y que la vida solo vale la pena ser vivida con pasión. Además, la práctica demuestra que lo que no se hace con sentimiento se muere por el camino.
Y basta con imaginar qué pasaría si tuviéramos en cuenta qué es lo que sienten y cómo se sienten quienes nos rodean. Evidentemente, sería un mundo mucho mejor.
¿Cuáles son los preceptos de esa revolución?
Es una revolución en la que a todos nos interesa participar, porque todo el mundo saldrá beneficiado Y ¿qué hay que hacer para ser un revolucionario emocional? Pues hay que saber escuchar, porque estamos perdiendo ese hábito. Es mucho más importante escuchar que hablar porque todo lo que hemos aprendido lo hemos aprendido escuchando. Hay que fijarse en que tenemos dos oídos y una boca, por lo que hay que escuchar el doble de lo que hablamos para entender al otro. Además, también hay que saber reconocer. Los humanos todo lo hacemos por reconocimiento. Somos adictos al reconocimiento y llama la atención lo rancios que somos con el reconocimiento. Esta revolución pasa también por poner límites, que es el mejor ansiolítico que hay. Que alguien te ponga límites es la confirmación de que hay alguien a quien le importas, alguien que te está cuidando. Y ésta es otra de las características de la revolución emocional, el cuidar de las personas. Todos tenemos la necesidad de sentirnos cuidados desde el preciso instante en el que nacemos. Si uno se siente cuidado tiene casi la necesidad de cuidar. Es como escuchar, es como reconocer. Se trata de cambiar la inercia y todo el mundo se siente así mucho más confortable. Es una revolución en la que todos ganamos.
¿Qué pasa si se lleva a cabo la revolución? ¿Y si no se lleva a cabo?
Si se lleva a cabo hay la posibilidad de que todos nos sentíamos mejor y esto ya nos lleva a que haya menos somatizaciones de un número grande de enfermedades que están provocadas por desordenes emocionales que, a su vez, vienen provocadas por la falta de escucha, atención, reconocimiento...Si no la hacemos iremos hacia un destino en el que no te sientas cuidado, reconocido, querido. El ser humano tiende a hacer lo que le han hecho y si tú no te sientes querido, es muy difícil que quieras. Poco a poco, imperceptiblemente, se han ido perdiendo estos valores básicos que hay que tener en cuenta cuando convivimos. Se ha producido de forma imperceptible durante mucho tiempo, con lo cual nadie se ha dado cuenta de este pequeño y lento cambio y ello ha derivado en un gran cambio que es un lugar al que no queríamos llegar.
¿Quién debería liderarla?
Es una revolución de todos. Cada uno ha de liderar su revolución, porque cada uno sabe lo qué quiere él y su entorno. A todos los humanos nos gusta y nos duele lo mismo y eso es una gran ventaja. En lo básico somos iguales. Sabemos lo que el otro necesita para sentirse bien, porque es lo mismo que yo necesito; lo que varía es la dosis.
¿Cómo podríamos hacer para no ser tan reacios a comunicar nuestras emociones o a expresarlas?
Fíjate, en realidad, esta resistencia a compartir emociones y sentimientos viene dada porque todavía está asociada a debilidad, a vulnerabilidad, la idea de que si muestras tus sentimientos estás enseñando unas cartas donde luego te pueden hacer daño por ahí y nadie quiere ser vulnerable, pero el compartir las emociones y los sentimientos no es un indicador ni de vulnerabilidad ni de debilidad. Al contrario, es un indicador de sensibilidad. Solo el sensible es confiable. No hay que fiarse del insensible, de estas personas frías y duras que van a sacar provecho económico, o del que sea, de las otras personas a costa de la salud emocional de estas personas, son una especie que tendríamos que ponerla dentro de las especies a extinguir. El pasado ha sido de los fuertes físicamente. El futuro es de los sensibles
Fuente y autor: Basado totalmente en ideas de Inma Puig
Inma Puig es psicóloga clínica, licenciada en Psicología por la Universidad de Barcelona y colaboradora académica del Departamento de Dirección de Personas y Organización de ESADE. Durante cuatro décadas ha trabajado como consultora de organización en diversos proyectos. Fue psicóloga deportiva del Fútbol Club Barcelona durante 15 años y es responsable del proyecto ‘Gestión de las Emociones’ en el Restaurante ‘El Celler de Can Roca’.