Viniendo hacia aquí pensaba en esa frase de Goethe que dice: «Trata a un ser humano como es, y seguirá siendo lo que es. Pero trátalo como puede llegar a ser, y se convertirá en lo que está llamado a ser».
Muchas gracias. Qué bien, qué bien estar aquí con tanta bella y buena gente. Es para mí un honor y una alegría, una alegría sentida, sincera, porque es un privilegio poder hablar de educación, de consciencia, de transformación, de evolución, de sentido, de esperanza.
Yo creo que la educación tiene mucho que ver con el corazón, también, profundamente. No somos conscientes, porque no nos lo han contado, de cómo nuestra mirada condiciona necesariamente la calidad del vínculo con el otro, pero no solo el vínculo, sino las posibilidades de realización, no solo de todo ser humano, sino de toda forma de vida.
En psicología se le llama a esta mirada «la mirada apreciativa». Intentad recordar aquellas maestras y maestros, y no tienen por qué ser solo los de la escuela, sino yo pienso, por ejemplo, siempre en mi abuela materna. Intentad traer a la memoria a aquellas personas que os causaron una profunda influencia positiva en vuestra existencia, que de alguna manera os dieron alas, que de alguna manera eran un lugar seguro en un entorno en el que quizás, por los motivos que fueran, no había tanta serenidad, tranquilidad o seguridad.
Si pensamos invariablemente en esas personas que nos dieron alas, que nos dieron confianza, nos daremos cuenta que surge ese milagro de la mirada apreciativa. Una mirada que, a veces, no necesita palabras. No somos conscientes de la importancia de trenzar dos grandes universos, el de la educación y el de la formación. Hay personas que han tenido acceso a una muy buena formación pero que son maleducadas, porque no tienen corazón. Y hay personas que no tuvieron el privilegio del acceso a una buena formación, pero que son extraordinariamente bien educadas.
Creo que en la escuela nos deben formar y deben complementar la educación que se da en los hogares, y creo que en los hogares debemos crear las circunstancias para que la educación florezca y complementar la formación que se da en las escuelas. Y en ambos contextos, tanto maestras y maestros, como madres y padres o los que hagan la función materno y parental, debe haber esa mirada apreciativa que de alas.
Yo observé una vez en un partido de futbol de mi hijo, cuando jugaba al futbol, que uno de sus amigos, al cual cambiaré el nombre, era el pichichi, hizo el cambio prematuramente, era un niño que con doce años parecía un hombre de diecisiete y era muy fuerte físicamente y era el mayor realizador, corriendo nadie llegaba a su velocidad, era un gran sprinter además, pero invariablemente, en cada partido, se caía y salía dañado, en cada partido. No había ningún partido que lo acabara y pudiera salir sin ningún tipo de revolcón. Y pensaba: «Aquí hay un hechizo, hay algo raro». Este niño, le llamaremos Rubén, su nombre no era Rubén, siempre se cae, y un día descubrí el hechizo.
Su padre, antes del partido, en la segunda parte, cuando el entraba, para animarle, le dijo: «Venga, Rubén, vuélvete a caer, torpón», y a los pocos minutos se cayó. Entonces, yo, como mi hijo era muy amigo de Rubén, le pedí a este señor que fuéramos a tomar algo juntos, en el mismo partido, en el bar del campo del pueblo en el que estábamos. Y le dije: «¿Sabes por qué creo que se cae tu hijo? Y no te lo digo, no te lo expreso como una crítica, sino que te voy a decir algo porque quiero mucho a este niño y creo que es importante que tomemos conciencia de que cada vez que juega sale sangrando». Y me decía: «Se cae porque es torpe», y le dije: «No, no se cae porque sea torpe, se cae porque te ama, y tú le dices: “Sé un sapo”, como hacen los cuentos de hadas, y se convierte en sapo. No le digas que se caiga», y dice: «No, si es que para motivarme a mí mi padre me decía eso. Se concentraba en lo negativo», digo: «Bueno, es un estilo. Probemos otro estilo. Dile: “Hijo, sal, corre y disfruta, marca muchos goles y no hace falta que te caigas. Si te caes yo te curaré, pero no hace falta que te caigas”».
Le estuve explicando en qué consistía la mirada apreciativa, el efecto Pigmalión, le cité la frase de Goethe, y palabra de honor que Rubén no se volvió a caer. Nuestra mirada, y cuando digo mirada, debería decir nuestra postura existencial, nuestra manera de estar en el mundo, manifiesta nuestro sistema de creencias, lo que creo sobre mí, lo que creo sobre ti, lo que creo sobre la vida. Imaginad que fuéramos capaces de hacer una mirada apreciativa sin prejuicios, que fuéramos capaces de concentrarnos en las bondades y en las virtudes sin perder el pensamiento crítico, por supuesto.
Si nos pudiéramos liberar de falsas creencias sobre nosotros mismos, de prejuicios sobre el otro y de proyecciones, que es lo que el otro piensa que yo pienso sobre él, estaríamos mucho más cerca de algo fundamental, que es la realidad.
Y, al final, para que un… Yo creo que nacemos mujeres y hombres, pero devenimos humanos. La humanización es una conquista, y en esa humanización tienen que trenzarse tres principios: principio del placer, principio del deber y principio de realidad. Cuando somos capaces de trenzar estos tres principios, el deber, el compromiso, el placer, la alegría y la realidad, darnos cuenta de lo que es, tenemos mucha más capacidad de transformación individual y colectiva.
Si a eso, además, le añadimos una mirada apreciativa, potenciamos esos tres principios y podemos conseguir mucho más en lo individual y en lo colectivo, y sobre eso vamos a hablar y sobre eso vamos a compartir. Y Rubén no se cayó, y cuántas personas no se caerían si hubiera alguien que les dijera: «Eres extraordinaria o eres extraordinario, puedes hacerlo, cuenta conmigo», porque al final no prediques, tus hijos te están mirando.
Tú eres un escritor de fama mundial, y quería preguntarte sobre las historias. ¿Por qué son tan importantes en nuestra vida y, sobre todo, por qué es importante enseñar a los niños a contar historias?
Para responder a esta pregunta voy a dar dos pasos atrás.
Creo que amar son tres cosas. La primera es la voluntad de comprender la singularidad del ser y sus circunstancias. Tú amas a alguien cuando tienes la voluntad de comprenderle o de comprenderla mismo si no lo comprendes, pero tienes la voluntad. Amar es cuidar, amar es hacer algo que sea coherente con lo que declaras. No tiene ningún sentido que tú proclames el amor a alguien si no hay un comportamiento observable. Y ahora voy a tu respuesta. Amar es inspirar para ayudar al ser amado a que construya nuevas realidades objetivas: que pueda llevar a cabo un proyecto, que pueda superar un examen, que pueda hacer un buen trabajo de investigación, que pueda darse el permiso de hacer algo que le da miedo. Pero inspirar también para nuevos sentidos a la vida.
El que ama procura que el ser amado construya una narrativa interior que le sostenga especialmente en la adversidad, y las historias sirven para eso.
Las historias nos inspiran, nos dan anclajes en la memoria, nos dan referentes de cómo ese personaje superó esa dificultad. Hay un libro maravilloso que se llama Psicoanálisis de los cuentos de hadas, que lo escribió Bruno Bettelheim y el prólogo de ese libro ya es una joya. Comienza más o menos así: Si queremos que nuestros hijos construyan un sentido en su vida, y recordemos que la vida objetivamente no tiene sentido, el sentido se lo da cada cual como puede, construyendo la narración interna que le va a sostener, los cuentos están para eso.
Creo que se atribuía a Andersen, pero no estoy seguro que sea de Andersen, la frase que decía que los cuentos se escriben para que los niños duerman tranquilos y los adultos se despierten. Las historias crean imágenes mentales, crean arquetipos de enorme fuerza. Una narración sobre tu propia vida o sobre la vida de un ser amado o sobre un mito o alguien desconocido puede, en un momento determinado, actuar como un acicate o como una palanca que te lleve a una respuesta desde la fuerza interior, desde la voluntad de seguir, desde la voluntad de servir, por eso son muy importantes las historias. De hecho, decía Raimundo Lulio, el filósofo, que la palabra es el arma más poderosa, y es poderosa porque nos ayuda, sobre todo, a comprendernos, pero a trenzar historias que nos unen y que ayudan a dar sentido a la vida.
¿Cómo descubriste tu talento para la escritura y qué le dirías, qué consejos le darías a un joven como yo que quiera dedicarse a la escritura?
Fíjate que yo fui a parar a escribir sin buscar escribir.
En un momento determinado, cuando yo tenía veintisiete años, confluyeron dos circunstancias en mi vida.
La primera fue el anuncio del embarazo de la que hoy es mi hija mayor, Laia, y, en paralelo, una semana después, un gran amigo mío moría de infarto de miocardio fulminante dejando mujer y dos hijos.
La confluencia, por un lado, de la alegría, pero también de la responsabilidad, pero también de la expectativa, de la ilusión del nacimiento de mi primer hija, y la pérdida súbita de un hombre sano, deportista, pero que tenía una enfermedad que luego se supo cuando falleció, pero que no se había manifestado, me llevó a una depresión. Sobre todo el duelo por la muerte del amigo y el desconcierto por todo, porque, de repente tuve miedo: «¿Y si me pasa a mí?».
Encontré el camino de salida escribiendo.
Una noche, me desperté, no podía dormir y empecé a escribir y seguí escribiendo, y varias noches y los fines de semana, escribía de todo.
Un día, mi mujer leyó esos textos y no los soltó. Empezó a leer y no soltaba, no soltaba y cuando acabó me dijo:
«Aquí hay cosas que me inspiran y me emocionan y que me gustan. Oye, ¿por qué no lo ordenas y lo publicas?», y yo le dije:
«Esto es para mí, no tengo intención»,
yo, incluso hoy, no me considero escritor, me considero más divulgador, más pedagogo que escritor, porque dedico apenas un uno por ciento a escribir.
Yo los libros los he escrito de madrugada o en fin de semana. Un día vino un amigo editor, y mi mujer le habló de los manuscritos, me pidió si se los podía llevar, y como es un buen amigo se los dejé, y al cabo de los días me llamó y me dijo: «Vamos a desayunar juntos». Fuimos a desayunar y me dijo: «Esto lo tienes que pulir y publicar. Es honesto y es útil», me dijo, me acuerdo perfectamente. Me presentó a una agencia literaria y hasta aquí.
Como maestra me gustaría saber cómo podemos fomentar la pasión por la lectura a los niños, a los adultos, a los jóvenes.
La pasión, como el entusiasmo, se contagian igual que se contagia la tristeza, la depresión. No prediquemos, nuestros hijos nos están mirando. Creo que la mejor manera de contagiar es que nos vean leyendo, y que hagamos del ritual de la lectura una celebración.
Es decir, cuando el fin de semana salgamos a pasear, vayamos a una biblioteca pública a pedir un libro, vayamos a una librería a comprarlo, que vean nuestra mesilla de noche repleta de libros. «¿Qué tiene eso que acompaña continuamente a mi padre o a mi madre en su vida en la mesilla de noche, al lado del sofá, en la mesa del sofá». En cualquier lugar debe haber libros. El libro tiene que estar, tiene que haber la posibilidad del acceso a un libro. Si les cuesta leer, el cómic es una magnífica puerta de entrada. Busquemos qué cómics en función de la edad y del contenido les pueden interesar.
Además, se han hecho estudios que dicen datos tan sorprendentes. Me lo decía un amigo mío editor, Jordi Nadal, un magnífico editor, me decía que hay un estudio en el que se constataba que en los hogares que tenían libros, la probabilidad de que niñas y niños que habitaban allí llegaran a finalizar una carrera universitaria era mucho más alta. Entonces, disponibilidad, efecto contagio, hacer del regalo del libro un ritual, buscar libros bonitos, yo creo que hay libros maravillosos.
Afortunadamente, el sector editorial ha evolucionado y ahora hay libros de cuentos, hay cómics que están bien editados, hay esos libros que al abrirlos se muestran en tres dimensiones, maravillosos. Hay tanta oferta que podemos hacer de ello un objeto de celebración, y, sobre todo, que nos vean conversar sobre el libro. Es decir, que la pareja o la unidad familiar, los miembros de esa casa, cuando uno acaba un libro dice: «Oye, te voy a contar lo que he leído aquí, esto es fascinante», y que forma parte de la conversación. Es decir, asumir la normalidad y la maravilla de tener un objeto que vale mucho más de lo que cuesta.
Te voy a hacer una pregunta sobre la palabra. Hay un problema con la palabra, con lo que hablas con los hijos, con lo que les explicas que, incluso con lo que oyen que está fuera de su ámbito, que lo están escuchando, yo creo que es un problema que nos encontramos los padres, que, a veces, no sabes cómo explicar una cosa tremenda o la conversación con ellos.
Mira, fíjate que en relación a la palabra, hay cuatro habilidades, ¿verdad? Leer, escribir, escuchar y hablar.
A nosotros, en la escuela, ¿qué nos enseñaron? ¿De esas cuatro cuáles nos enseñaron? ¿Básicamente a qué nos enseñan? Básicamente, a leer y a escribir. No nos enseñan, apenas, ni a escuchar, y tampoco nos enseñan a hablar, a conversar.
Si escribir bien es un arte, escuchar bien es un gran arte. Expresarse bien es un arte.
Yo recuerdo en la película Bowling for Columbine que el director le hace una pregunta a Marilyn Manson. La pregunta va muy en línea con lo que acabas de formular. Decir: «¿Cómo podemos tener conversaciones con nuestros hijos?», sobre todo, decían: «¿Cómo podemos hacer que nos escuchen más?». Proliferar el uso de la palabra, hacernos entender y ser entendidos. Y Manson daba una respuesta brillante, dice: «Yo creo que a nuestros hijos, más que decirles más cosas, deberíamos escucharles, deberíamos saber guardar silencio, deberíamos, a lo mejor, coger el coche, subirle al coche, poner la música que a ellos les gusta, y dejarnos un espacio, hasta que de repente, surja la palabra».
También, a veces, para que surja la palabra hay una puerta de entrada fantástica, que es la ternura.
Os voy a contar una anécdota que me pasó el domingo pasado.
Veníamos de un fin de semana intenso, de mucha actividad, y mi hija pequeña estaba cansada, pero se giró, de repente se giró, y yo no sé si se giró porque alguien le dijo algo o pasó algo en el grupo de amigos del fin de semana. Total, que estuvo durante todo el trayecto de brazos cruzados, cabizbaja. Cuando dejamos a un grupo de amigos en su casa, ella se sentó a mi lado, volvíamos a casa, y yo le decía: «Mariona, pero ¿qué te pasa, mi amor? ¿Te he hecho algo, he dicho algo?», porque yo, realmente, estaba preocupado, y más una niña jovial, alegre, y no quería hablar. Paré el coche y le dije: «Te pido que, por favor, me des una pista. Te pido una palabra, solo una palabra. Si no puedes hablar, dame una palabra», y me dijo: «Cansada», y empezó a llorar y se me abrazó: «Estoy agotada, papá».
Y ahí se soltó, se me abrazó, tal como os estoy contando. Estaba agotada y no tenía ni capacidad, probablemente, de ponerse en contacto, con que era ese agotamiento el que le impedía formular nada más. Estaba amigdalada cerebralmente, por estrés, por cansancio, por todo un fin de semana en el que anduvimos mucho. Después de que se liberó de ese agotamiento que tenía, y que la emoción surgió, vinieron las palabras: «Disculpa, papá. No te sabía decir qué me pasaba, pero ahora lo sé, es que estoy cansada y cuando me canso mucho me pasa que me bloqueo y cuando me bloqueo no puedo hablar», y empezó a racionalizar naturalmente.
Dejad el espacio, dejad el espacio, dad el permiso.
Hay un concepto muy importante en psicología que es el permiso.
El permiso de guardar silencio, el permiso de hablar, el permiso de sentir, el permiso de acercarse, el permiso de alejarse, el permiso de ser, el permiso de darse un espacio, el permiso de dejarse en paz.
Y el permiso no se transmite tanto verbalmente como no verbalmente, nuestro gesto interno. Muchas veces facilitas un espacio de apertura, de comunicación no exigiendo al otro una explicación, sino quedándote y tomándole la mano, si te lo permite, lentamente.
Debemos reivindicar la ternura como elemento fundamental de la calidad del vínculo humano y de la transformación de la consciencia, la ternura. Deberíamos acariciarnos, besarnos más y mirarnos más. Y no me refiero a la caricia solo como un intercambio de piel con piel, la mirada, la sonrisa, la flor, el libro, ternura. Y como vivimos en un mundo de inercias, de aceleraciones sostenidas, de demandas sostenidas, nos exiliamos, y al exiliarnos no nos encontramos y no nos comunicamos.
Una pregunta que tengo para usted es: ¿Cuáles han sido sus mayores maestros y maestras que más le han influenciado en su vida?
Mi abuela materna, Carmen, una mujer tremendamente cariñosa y divertidísima. De ella, la evocación natural que tengo es la ternura, el humor, la alegría y la compasión. Porque para mí no tiene sentido hablar… ¿Tiene sentido hablar de inteligencia sin compasión?
Mi padre, un hombre formado a sí mismo, avidísimo lector, que tenía que importar libros de Argentina en la dictadura española que estaban prohibidos aquí, y eran libros de filosofía, de religiones comparadas. Pero yo recuerdo la mesilla de noche de mi padre llena de libros, y dejándolo como quien no quería sobre una mesa, para ver si alguno de los tres hermanos picábamos.
Mi madre, mi madre por su enorme capacidad de amar, y, luego, te diría que las grandes maestra y maestros que he tenido eran gente humilde que, quizás, no tuvieron acceso a una formación superior.
Por ejemplo, recuerdo a Josep, a José, un campesino, pero yo, muchas veces, los fines de semana, cuando tenía siete, ocho o nueve años, lo primero que hacía al llegar al pueblo era tomar la bicicleta, ahí en Aiguafreda, ir a ver a Josep y sentarme a su lado, y él me contaba cuando cosechaba, cuando sembraba, si el viento venía de levante, que auguraba tormenta; por qué las fuentes, cada vez, tenían menos agua… Era una especie de Walt Whitman este hombre sin saber que era un poeta y era un hombre que, seguramente, no sabía leer, seguramente era analfabeto, pero tenía una profunda conexión con el alma de las cosas. Y ese amor a la vida, y esa ternura hacia la naturaleza, y el cómo trataba a los animales…
Era un hombre tremendamente respetuoso, era un hombre que nunca le oí hablar mal de nadie. Para mí fue un maestro fundamental, y todavía lo tengo muy presente.
Antes has dicho que te gustaba coleccionar frases. Si tuvieses que elegir una relacionada con la educación y el aprendizaje, ¿cuál te quedarías?
Hay muchas, pero, por ejemplo, Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito, tiene una maravillosa que dice:
«Si queremos un mundo de paz y de justicia, debemos poner la inteligencia al servicio del amor»,
esa me parece una frase brillante, poner la inteligencia al servicio del amor.
Creo que era Marcel Proust que tenía un aforismo maravilloso que decía:
«Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia»,
y eso tiene mucho que ver con la educación, con la transformación. Cómo la realidad es la que es, pero tu cambio te lleva a percibirla de otra manera, a ver nuevas posibilidades, a crear nuevos vínculos. Hay tantas frases… pero te diría que estas dos. Y, luego, me gusta mucho una frase de Virgilio, el poeta latino, que reza:
«Pueden porque creen que pueden».
No dice: «Pueden porque saben que pueden», y creo que este es un matiz importante. Hay mucha gente que sabe que puede, pero no hace. En cambio, hay gente que le han hecho creer que quizás no podía, pero con un ejercicio de transformación interior, han cultivado una enorme confianza en sí mismos, han experimentado, se han arriesgado y han podido.
Yo creo que hay una diferencia enorme entre saber y creer. Todo el mundo sabemos que nos tenemos que morir, pero casi nadie se lo cree. Quien se lo cree porque le ha tocado la muerte cuando no toca y como no toca, vive la vida de una manera muy distinta. El saber es fundamental, pero el creer puesto al servicio de la inteligencia, de la confianza de crear un vínculo potente hace una trenza poderosísima con el saber. Por eso me gusta mucho esta frase de Virgilio: «Pueden porque creen que pueden».
Y, luego, hay una de Edison que dice:
«Los que dicen que es imposible no deberían molestar ni interrumpir a los que lo estamos haciendo»,
y me parece genial. Es decir, para los cínicos, los que intentan cargárselo todo, los que dicen que no hay nada a hacer, que siempre lo ha sabido y siempre lo sabrá. Creo que es una muy buena frase, y eso también implica necesariamente al universo de la educación. Podemos mejorar la educación, podemos hacer un universo mejor.
Me gustaría saber cuáles son para ti las claves del aprendizaje.
Yo creo que son múltiples.
La verdad es que es una pregunta que requeriría una reflexión en profundidad.
Como decía antes, creo que hay un factor fundamental, que es el contagio, el entusiasmo. No puede haber aprendizaje sin entusiasmo.
Se habla mucho en el aprendizaje de la cultura del esfuerzo, pero creo que es un grave error, porque el esfuerzo, en sí mismo, solo el esfuerzo, no es un valor final, el un valor instrumental. El esfuerzo es un instrumento, por lo tanto, creo que, como clave de aprendizaje, estaría el entusiasmo, la pasión, el esfuerzo, pero el esfuerzo combinado con algo fundamental, que es la alegría y el reconocimiento.
Pensemos de nuevo en aquellas maestras y maestros que han sido los mejores que hemos tenido en nuestra vida, y veréis que, invariablemente, nos invitaban seguramente al esfuerzo, pero ¿desde dónde? Desde el contagio de la alegría, desde el contagio de la pasión, desde el reconocimiento. Bonita palabra reconocimiento, porque no implica solo valorización del otro, sino reconocer, volvernos a conocer continuamente liberándonos de prejuicios, imágenes proyectadas. Y creo que esa combinación de entusiasmo, pasión, esfuerzo, alegría, reconocimiento, son claves del aprendizaje.
Para Celso, el químico, el sabio alquimista, decía que cuanto mayor es el conocimiento, más grande es el amor, pero que cuanto más grande es el amor, más queremos saber. Hay una dialéctica maravillosa entre el amor y el conocimiento: yo te amo, te quiero conocer más, y cuanto más te conozco, en principio, más te voy a amar, y eso es válido siempre que se mueva en una dialéctica de respeto, de reconocimiento…
¿Qué tienen los equipos de alto rendimiento que funcionan a nivel deportivo, a nivel incluso de organizaciones humanas, de empresas? Tienen tres cosas: en primer lugar, se respetan, sin respeto no hay nada. En el aprendizaje es lo mismo, hay que respetar a la persona que está aprendiendo. Segundo, la admiración. La admiración es fundamental porque pone en marcha el mecanismo de aprendizaje por imitación. Yo cuando admiro a alguien le quiero imitar, inconscientemente tiendo a incorporar su lenguaje, sus gestos… Y la tercera variable fundamental es que haya un afecto profundo.
¿Alguien ha leído a Kenzaburo Oe, el que fuera el segundo premio Nobel japonés de literatura? Le dieron el Nobel en 1994.
Os voy a contar una breve historia maravillosa que la podéis encontrar en su libro Una cuestión personal, ahí está novelada, pero tiene muchos tintes autobiográficos.
Kenzaburo era licenciado en Filosofía y Letras. En cierta ocasión, su mujer se quedó embarazada y, en paralelo, coincidió que a él lo enviaron a hacer unas entrevistas a los médicos de Nagasaki, en relación al aniversario de la bomba atómica. El niño venía con el cerebro herniado y los médicos aconsejaban el aborto, pero su mujer decía que ella quería alumbrar al niño aunque sabía que ya, una vez fuera alumbrado, se tendría que seccionar una parte del cerebro y eso podría generar muchos daños. Él dijo: «No tomemos ninguna decisión. Me voy a hacer las entrevistas a Nagasaki y, cuando vuelva, cuando regrese, decidiremos».
Él volvió conmovido de Nagasaki porque conoció historias de resiliencia, de longanimidad, esa palabra que hemos olvidado y que quiere decir capacidad de superar reiteradamente la adversidad. Total, vuelve de Nagasaki y le dice a su mujer: «Oye, que nazca el niño, porque yo he visto, hablando con estos médicos y con sus pacientes, unas historias de transformación, de esperanza, de superación maravillosas».
El niño nace y, a raíz de la intervención, queda con Autismo, pierde mucho la visión, ataques de epilepsia, descontrol de esfínteres, dificultad para el movimiento… Y volvemos a lo que decíamos al principio, a la mirada apreciativa, al efecto Pigmalión, a la transformación desde el amor. Sus padres, padre y madre, no renuncian en ningún momento a encontrar en ese niño al que los médicos dicen que es un vegetal, algún don o característica que le lleve a florecer. Le observan durante muchos años y aparentemente nada, hasta que un día, el niño con seis años dice el nombre de un pájaro paseando por un parque, un pájaro que canta. Los padres se dan cuenta de que al niño le fascina el canto de los pájaros. Le compran cintas con cantos de pájaro. Con el tiempo reconoce todos los pájaros solo por el canto. Deciden contratar a una profesora de música. La madre, que es una gran fan de Mozart, le pide que, por favor, si puede, le enseñe o le toque canciones de Mozart, porque él apenas responde, apenas habla, tiene un lenguaje muy limitado. A los once años, llega un día la maestra a casa y Hikari le entrega una partitura mal escrita a mano con unas notas. Ella empieza a interpretar y se queda asombrada porque son estructuras muy asimilables a las composiciones más básicas de Mozart, y el niño le dice que lo ha compuesto él. Ella no da crédito, el niño le enseña otras composiciones…
Bueno, hoy, Hikari Oe es uno de los autores de música clásica contemporánea más vendidos en el mundo. De su primer disco se vendieron ochenta mil unidades, diecisiete canciones breves compuestas por un niño con autismo, una discapacidad visual importante, etcétera, etcétera. Insisto, creo que no somos conscientes de la capacidad que tenemos de transformar a los demás, y si se combina todo eso, hacemos florecer al ser amado.
Cuando hablamos de amor, lo llevamos siempre mucho al terreno del deseo, al terreno de la lujuria, al terreno de Eros. Hablamos poco de filia y de ágape, hablamos poco del amor como la energía de la confianza, del vínculo, de calidad, la energía del compromiso, la energía de la transformación, la energía del diálogo, la energía que, realmente, llámale energía, llámale, por supuesto, emoción que nos une. Creo que, realmente, no puede haber un aprendizaje radical sin un amor radical.
Siempre, antes de los exámenes, decimos eso de: «Buena suerte». Tú que has estudiado bastante sobre el tema, ¿existe esa buena suerte?
Hay dos tipos de suerte que la define muy bien Schopenhauer cuando dice: «El azar reparte las cartas, pero nosotros las jugamos».
Hay una suerte azarosa. Hemos tenido la inmensa suerte de nacer aquí. Si hubiéramos nacido unos cuantos cientos de kilómetros más hacia el sur, no tendríamos estas posibilidades extraordinarias, el milagro de tener agua caliente cada mañana, de tener unas ventanas por las que no pasa aire y un techo, que cuando llueve no nos mojamos. Somos muy afortunados por azar, pero también hay una suerte que se trabaja. Si tu lanzas una moneda al aire y no tienes más información, y te dicen: «¿Cara o cruz?», cualquiera de nosotros, si la moneda no está trucada, acertaremos en un cincuenta por ciento de los casos. Pero si sabemos peso, diámetro y grosor de la moneda, humedad, temperatura, presión y velocidad del viento en el ambiente, y del lanzador sabemos: ángulo de salida de la moneda, velocidad de salida, y si la cara o la cruz toca la uña, y todo eso lo introducimos en un programa informático y una cámara capta el momento del lanzamiento, y lo vamos mejorando por ensayo y error, llegará un momento en el que lanzando la moneda al aire, y la cámara captando, llevará esa imagen y esa velocidad captada con los sensores, también, de presión y temperatura, y con los parámetros de la moneda, a un ordenador que dirá: «Cara», y lo acertará en más del ochenta por ciento de los casos.
La suerte es una función de parámetros desconocidos, pero se pueden parametrizar. Igual que en la física, cuando tú sabes las variables, puedes predecir lo que va a pasar en el tiempo o en la moneda, si va a caer cara o cruz, en lo humano, la buena suerte son los valores: coraje, responsabilidad, propósito, humildad, confianza, entrega, cooperación… Todos esos valores hacen que se teja una red de talento y de talante que facilite que emerjan nuevas probabilidades de realización para todos. Por eso, cuando escribimos La buena suerte, con mi amigo Fernando Trias de Bes, una de las reglas, creo recordar que es la séptima, dice que no podemos hablar de buena suerte si la buena suerte no es compartida. Por lo tanto, es cierto que hay una suerte azarosa que nos puede bendecir o maldecir, pero hay otra suerte forjada, trabajada, y esa suerte forjada nace del talento, y el talento son valores en acción.
Últimamente, se ha dicho que la memoria ya no es tan importante en la educación, porque desde un móvil podemos acceder a todo el conocimiento, ¿estás de acuerdo con eso? ¿Crees que la memoria es todavía importante?
Creo que, precisamente, no tener memoria o intentar borrar la memoria no solo es fuente de disfunciones operativas, sino de disfunciones psicológicas muy importantes. Hay que tener memoria y hay que tener memoria para la gratitud, hay que tener memoria para evitar que la infamia se repita, por eso es importante la memoria histórica, es fundamental. Por eso es fundamental tener en el recuerdo quien nos ha ayudado y quien nos ha bendecido, por eso es importante memorizar las tablas de multiplicar. Por eso es importante que, aunque la tecnología avance mucho, y acabaremos todos ciborgizados, porque si ahora nos falta el móvil, a algunas y algunos es como si nos faltara un órgano vital. Pero la memoria es fundamental. La memoria cognitiva, la memoria emocional, incluso me atrevería a hablar de la memoria espiritual en términos de gratitud, de humildad, es crítica. Y, por lo tanto, hay que trabajar la memoria. Porque, además, es un placer poder traer a colación, aquí y ahora aquello que en un momento te ha conmovido, o aquello que crees que le puede ser útil al amigo, o ¿cómo se llamaba aquel libro que ahora quiero aconsejar o aquella película?, o ¿qué decía aquel fragmento que leí o aquel poema que a lo mejor le quieres regalar a la persona a la que amas? Yo creo que debemos seguir trabajando la memoria como una pieza más de todo el proceso de humanización. Sin memoria no somos nada.
En tu primera obra hablas sobre Albert Einstein, ¿qué aspectos del conocimiento, del aprendizaje y de la inteligencia destacarías de este gran genio?
Hay dos Einsteins, y creo que la población general conoce al Einstein genio, al físico, al que es capaz de concebir la teoría de la relatividad, pero, por cierto, si no hubiera sido por su mujer, Mileva Marić, de la que apenas se habla, él no hubiera podido convertir sus intuiciones en fórmulas matemáticas. En cualquier caso, hay el Einstein genial, pero luego, hay un Einstein que, cuando se tiran las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, a raíz de que él postula su famosa fórmula de que energía y masa son intercambiables y se provoca la catástrofe, emerge un Einstein humanista que dice cosas tan bonitas como que la fuerza sin amor es energía gastada en vano, y se da cuenta de que su extraordinaria inteligencia ha puesto al servicio de la humanidad una capacidad de destrucción formidable.
Y, entonces, emerge un Einstein que pasa de ser desagradable, huraño, ensimismado, hasta narcisista, a un Einstein compasivo, pacifista, cuidadoso, conferenciante por la paz, y creo que ese Einstein es el más fascinante de todos y el menos conocido. Fíjate, que, a partir de ahí, él ya no hizo grandes… Sí, intentó desarrollar la teoría del campo unificado, pero, sobre todo, lo que más me conmovió de Albert Einstein es su madurez y cómo el genio le lleva a descubrir algo que, descontrolado, puede destruirnos a todos y dice: «Dios mío», incluso se especula con el hecho de que se hubiera arrepentido de hacer público su descubrimiento, y consta a algunos biógrafos que lo pasó muy mal. Es una pena que no se le conozca por ello porque sería un referente del humanismo contemporáneo.
Hola, Alex. Además de escritor eres economista. Por eso me gustaría hacerte una pregunta sobre una economía muy especial a la que llamas «la economía de las caricias».
Este concepto de la economía de caricias lo desarrolló, y sigue vivo, Claude Steiner, un magnífico psicólogo que estudió con Eric Berne, que, a su vez, estudió con Freud.
Lo que dice Claude Steiner, el creador de la teoría de la economía de caricias, es que los seres humanos, para sobrevivir, por supuesto necesitamos aire, luz, oxigeno, alimento, pero él dice: «Necesitamos caricias». Y una caricia es una unidad de reconocimiento, antes lo hemos dicho, puede ser una caricia física o puede ser una caricia no física, puede ser una mirada.
Lo que descubrió Steiner es que, en condiciones normales, todos queremos caricias positivas. Es decir, aquellas que nos invitan a sentirnos bien. Pero, cuando no tenemos caricias positivas, ponemos en marcha mecanismos inconscientes para obtener caricias aunque sean negativas. Es como si tú en condiciones normales quieres agua que esté en buen estado, que no esté contaminada, que no tenga bacterias, para beber y estar sano. Pero, imaginemos que tomas un avión y te vas a una aventura, a cruzar una zona semidesértica y, por desgracia, tienes que hacer un aterrizaje de emergencia, te queda una cantimplora de agua, te la acabas a los dos días y no sabes dónde estás y vas andando en medio de una zona tremendamente árida. Pero, de repente, te encuentras un oasis, te acercas sediento al oasis, ves que hay agua, pero dentro del oasis hay una cabra que se quedó ahí muerta y se está pudriendo y ha generado putrefacción en toda el agua. ¿Beberíamos o no beberíamos? Todos beberíamos, porque preferimos esa agua contaminada a la posibilidad segura de la muerte si no bebemos. Lo mismo sucede con las caricias, y esto, sin saberlo, lo escribió William Faulkner en la última frase de su novela Las palmeras salvajes: «Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor».
Es decir, cuando una persona no sabe cómo tener caricias positivas, agua limpia, pone en marcha mecanismos inconscientes para obtener caricias negativas, agua turbia. A veces, conflictos entre la pareja que no sabes a qué vienen, esa hija o ese hijo adolescente que te llama la atención continuamente, que parece que te pide a gritos que le des un grito o un cachete. ¿Qué es un grito? Es una caricia negativa. Muchas de las disfunciones, de los problemas en las relaciones humanas nacen por la necesidad de alimentarnos de caricias, pero de no saber cómo pedir una caricia positiva, porque, a veces, nos da vergüenza decir: «Necesito que me beses, necesito que me abraces, necesito que me mires, necesito que me agarres la mano, no me digas nada más, agárrame la mano». Las mujeres, por su mucha mayor inteligencia emocional y psicoafectiva, lo articulan con mayor facilidad, los hombres, además por una cultura que hemos mamado con el mandato de ser fuerte, muchas veces, la liamos para tener caricias aunque sean negativas. En las organizaciones lo ves: el jefe que genera situaciones conflictivas porque en realidad no quiere ir a casa a hacer la bañera a los niños y a hacer la cena como Dios manda, y va creando pollos continuos porque tiene un enorme intercambio de caricias jorobando al personal, cuando podría tener muchas más en positivo yendo a casa. Pero eso, lo primero, jorobar, le hincha el ego y le va bien a su narcisismo. Si supiéramos que estos mecanismos existen, podríamos desarticular claramente los principios con los que operan. Muchas de las situaciones de conflicto que vivimos a nivel interpersonal no obedecen a un conflicto real, obedecen a este mecanismo: queremos ser acariciados, pero no sabemos cómo.
¿Cuál es el libro o cuáles son los libros que más te han influenciado?, y en la misma línea, si solo pudieras salvar dos libros de tu biblioteca, ¿cuáles serían?
Voy a comenzar por los dos libros que salvaría si tuviera que salvar.
Uno es El hombre en busca de sentido, del doctor Viktor Frankl, una obra extraordinaria de este psicólogo, neurólogo, psiquiatra, psicoanalista vienés que sobrevivió al campo de exterminio de Auschwitz y otros campos. Es un libro que hay que leer. Y otra que tiene un título similar que la escribió un autor francés que se llama Jean Giono es una obra breve, una novela breve maravillosa, deliciosa que se titula El hombre que plantaba árboles, que es la historia de un pastor que se dedica a plantar árboles en la Provenza sin que nadie lo sepa, y las autoridades acaban llamando a eso «el bosque milagroso», sin saber que había sido un hombre que cada día plantaba cientos de semillas de árboles. Está basada en una historia real, la historia de Johnny Appleseed, que plantó miles de manzanos y de árboles en Estados Unidos para que las personas que avanzaban colonizando tuvieran algo que comer. El primero, por un ejercicio, El hombre en busca de sentido, un ejercicio de consciencia extraordinario y de amor; y el segundo por el ejercicio de generosidad que supone sembrar, legar y retirarse en discreción. Yo creo que no somos conscientes de la enorme riqueza que nos aportan los libros.
¿Qué le dirías a alguien que quisiese iniciarse en la escritura?
Si alguien, realmente, quiere escribir, no espera iniciarse, ya lo ha hecho.
La escritura, como todo, es una pasión, Joaquín, y, por lo tanto le diría que hablara desde el corazón, que expresara desde la sinceridad, que fuera honesto consigo mismo. A mí, la literatura que más me golpea o, incluso, el ensayo que más me conmueve es aquel que, no me digas por qué, sientes que se ha escrito desde el corazón y desde el estómago. Luego ha sido filtrado por la cabeza para dar una buena forma, para un buen estilo, para que tenga una buena estructura, pero, sobre todo, verdad, que tenga verdad, que tenga fuerza, que tenga vida, que tenga honestidad. Y, luego, paciencia, porque, como dice la palabra, no sé si hay alguna relación etimológica, lo investigaré, pero «escribir» parece «es cribar», y lo que haces en el ejercicio de escribir es cribar mucho, ir a lo esencial, ir a lo esencial, mensaje claro, mensaje breve. En mi caso, pues buscar la ilustración, el ejemplo, y, sobre todo, hay algo que a mí me ha venido muy bien, no solo en el ámbito de escribir, sino en el ámbito de comunicar: hablarle al amigo.
Yo tenía pánico a hablar en público. La primera vez que di una clase, era profesor ayudante en ESADE, y me invitaron a dar una clase a personas mucho mayores que yo, yo tenía veintiún años. Se me secó la boca de tal manera que a los veinte minutos no podía hablar, tenía pánico, pero pánico. Recuerdo las gotas de sudor frío cayendo y dije: «Esto no puede ser», y, entonces, pues hice un talles de psicodrama con un gran maestro y me di cuenta de que proyectaba todo mi miedo al otro, y me di cuenta de que era tan simple como hablarle al amigo, hacerte entender, ser entendido, traspasar de la mejor manera posible aquello que quieres comunicar. Por lo tanto, en mi caso, lo que procuro es hablarle al amigo, y eso me ayuda mucho a encontrar el tono, la manera.
Quería preguntarte algo quizá un poco peculiar, viene a colación de que uno de tus últimos, o tu último libro es La alegría, ¿no?
Sí, es Alegría, se llama Alegría.
Exactamente, me encanta. Yo me considero una persona alegre y optimista y también, en relación con lo que has dicho antes de que la buena suerte o la mala suerte, a veces, te viene dada por las cosas que están en la vida sin que tú las puedas elegir. Hablo en relación, por ejemplo, a cosas malas de tu vida, cosas que tienes que superar, y yo, aunque soy muy alegre, cómo contagiar, por ejemplo, a un hijo de malas experiencias que hemos tenido que vivir y que no se pueden evitar y, a pesar de mi alegría, ¿es suficiente mi alegría para contagiarle la alegría de la vida y de que la vida está ahí para continuar y para seguir viviendo y que pueden venir cosas mejores?
Creo, por lo que he leído, que por supuesto que hay condicionantes, también, en la manera de ser de cada persona, en su carácter, en su estructura de personalidad. Te voy a contar un experimento, cuando escribíamos Alegría, con mi gran amigo Francesc Miralles, nos documentamos mucho, y descubrimos un experimento que se ha hecho en Alemania con ratones, y los científicos han descubierto una cosa que llaman «engramas», no «eneagramas», «engramas».
Consiste en provocar a esos ratones, directamente por estimulación eléctrica en el cerebro, experiencias agradables de alegría, placenteras. Y se ha observado que ratoncitos que estaban en depresión se curan rápidamente, pero lo mejor es que algunos psicoterapeutas, por analogía, han dicho que en el proceso de la psicoterapia, si la persona es triste, está en un momento depresivo, dependerá obviamente del grado de depresión, y yo no soy psicólogo ni psiquiatra y, por lo tanto, expreso por lo que he leído, pero guardo un respeto reverencial a estos profesionales que son los que de verdad saben. Pero, haciendo al paciente que hiciera el ejercicio de evocar a menudo recuerdos alegres, se observaba que se aceleraba de manera significativa la mejora.
Por lo tanto, la alegría se contagia.
Es una suerte tener cerca personas como tú que ya se ve risueña, con una mirada de ojos brillantes, que contagias buen rollo, que ahora se llama. Pero con eso no es suficiente, porque también la alegría tiene mucho de elección. Hay veces que, por imperativo moral, tienes que estar alegre para animar a los que tienes al lado, porque sirve de muy poco entrar en un pozo y apretar a fondo el gas para hundirse más en el pozo, y no estoy negando la tristeza. La tristeza tiene una función como emoción fundamental y, a veces, me alarmo de cómo quieren ponerle parches a la tristeza, ponerle pastillas a la tristeza, que el duelo pase rápido como si nada hubiera pasado. No, hay que entregarse al duelo y a la tristeza también, pero el veneno está en la dosis siempre. Y, por lo tanto, tú podrás contagiar tu alegría, pero también es elección del otro convocarla.
Hola, Alex. Soy Joe. Como padre, quería saber cómo podría ayudar a mis hijos a ser todo aquello que pueden llegar a ser sin proyectar en ellos lo que yo creo que deberían ser.
Observándoles. Esa canción de Serrat que dice… ahora no recuerdo exactamente la letra, pero dice que les vamos dando a cucharadas nuestras frustraciones. ¿Cuántos niños y niñas acaban ejerciendo profesiones que no les interesan un pepino pero que lo hacen para consolidar un modelo de negocio familiar o una estirpe profesional empresarial y que acaban, algunos afortunadamente, revelándose a los cuarenta y generando el trauma familiar que se podría haber salvado con mucha más dignidad si se hubieran tenido en cuenta las verdaderas necesidades e inclinaciones de esa niña o ese niño?
Antes lo decíamos, en relación a la palabra. Sabiendo escuchar, y escuchar no es solo un ejercicio de apertura de oídos, es un ejercicio de apertura de espíritu. Mi hija mayor está estudiando Bellas Artes y Psicología en Estados Unidos. Ya de pequeña, Laia, cuando íbamos a pasear por el bosque, recolectaba piedras, troncos, ramitas, materiales que para otros pasaban inadvertidos, pero ella era capaz de ver una belleza asombrosa en una hoja de roble, y luego le pasaba un hilo de una brizna de hierba, le ponía dos o tres margaritas, lo cerraba con una bellota en medio, hacía lo mismo, y hacía un collar orgánico…
Esa niña tenía naturalmente una habilidad manual y artística que hoy está ejerciendo. Y, como la escuchamos, la apuntamos a talleres de alfarería, de lacado, de cerámica, de pintura, y hoy es una persona que expresa su creatividad de manera natural, pero bien guiada por una aproximación educativa que ni su madre ni yo quisimos frustrar, porque vimos que era evidente que era su vocación.
Observemos, contemplemos. Creo que nos da miedo detenernos, creo que nos da miedo pararnos, creo que nos da miedo mantenernos en atención flotante sin aparentemente nada que hacer, cuando, a veces, es el espacio de mayor fertilidad y creatividad para nosotros y para los demás.
Pascal decía que la gran parte de los problemas de la humanidad vienen por la incapacidad del ser humano de estar sentado en una silla en una habitación, y mientras estás sentado, observa a tus hijos. Y, sobre todo, dejar de proyectar. Es decir, cuestionarnos en qué medida ese niño hace esa actividad deportiva porque nosotros queríamos ser un gran futbolista.
¿Estás teniendo en cuenta a ese ser humano único y excepcional, o estás haciendo que compense tus faltas?
Entonces, si quieres liberarlos, cuestiónate. Hay que tener el coraje de cuestionarlo todo, tu religión, tu padre, tu madre, a ti mismo, porque cuestionar no implica matar, es cuestionar. Porque si no caemos en dogmas conscientes o inconscientes que lo que hacen es perpetuar el sufrimiento. La pregunta que tendríamos que hacernos muchas veces es: ¿Qué es lo que tengo que aceptar? Que mi hijo no es como yo, que quiere otras cosas. Pues qué bien, cuánto puedo aprender de ella o de él.
Ha sido un placer. Muchísimas gracias por todas las preguntas que han surgido, que han sido realmente estimulantes y brillantes. Me gustaría cerrar esto, nos miramos los unos a los otros. A mí me han puesto en esta alfombra y en esta silla, pero yo os miro y pienso que es corresponsabilidad de todos hacer de este mundo un lugar más habitable, ayudar a que haya mejores personas en él y que creemos una epidemia de generar encuentros desde la reflexión, desde el respeto, desde el afecto en los que vayamos avanzando en el conocimiento y en el aprendizaje. Así que gracias de corazón por vuestra presencia, por vuestro cariño y por vuestras preguntas brillantes. Buena vida, buena suerte, buen amor y buen trabajo. Muchas gracias.
Fuente: Aprendemos Juntos, Alex Rovira.
Escritor y divulgador, Álex Rovira cree firmemente en el poder transformador de la palabra y de nuestra mirada hacia los demás. En sus reflexiones, aborda tanto cuestiones relacionadas con la innovación, la creatividad y la dinámica de equipos, como contenidos relacionados con la psicología, la filosofía, la antropología o la sociología. Autor del libro `La Brújula Interior´, traducido a nueve idiomas y con más de quinientos mil ejemplares vendidos, Rovira es además uno de los escritores españoles con mayor prestigio internacional. Sus obras, traducidas a más de 35 idiomas, han supuesto un éxito de ventas en todos los países en los que han sido publicadas.
También es co-autor de `La Buena Suerte´, un éxito sin precedentes en la literatura de no ficción española, con cerca de cuatro millones de copias vendidas y que fue elegido mejor libro del año en Japón en el año 2004.
Por su carácter inspirador, es colaborador habitual de diversos medios de comunicación y un ponente muy demandado tanto en la esfera nacional como internacional