Los principales elementos para educar la voluntad son: la motivación, de donde surge toda la disposición para el esfuerzo; el orden, la constancia y una mezcla de alegría e ilusión.
Quien tiene una buena educación de la voluntad es porque ha trabajado a fondo en el orden y la constancia, y ha sido capaz de ir dando pequeños pasos hacia delante, venciendo en unos, y en otros siendo vencidos.
Los principales efectos del orden se resumen en: paz exterior e interior, alegría, eficacia, cuidado de los detalles pequeños dentro de las ocupaciones que uno tiene entre manos y si es vivido con un sentido profundo, basado en el servicio a los demás y en la lucha por mejorar, conduce a que la persona sea más libre y responsable.
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Educar es ayudar alguien para que se desarrolle de la mejor manera posible en los diversos aspectos que tiene la naturaleza humana.
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Educar significa comunicar conocimientos y promover actitudes, acompañar la información de orientación que es la formación. Información y formación constituyen un binomio clave en toda educación. La primera abre la puerta, y la segunda nos instala en el proceso educativo. El aprendizaje de una materia concreta puede lograrlo muchas personas, pero el maestro debe también enseñar a vivir, ayudar a conocer la realidad personal y circunstancial en su riqueza y profundidad. De este modo emergen los valores.
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Educar es mostrar una cierta doctrina, es perfeccionar ciertas facultades, mediante motivaciones, ejercicios específicos, ejemplos, etc.
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Toda educación conduce a la formación de un ser humano más completo, coherente y maduro.
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La mejor educación debe ayudar a la mejor formulación y desarrollo de nuestro proyecto personal, pretende construir la felicidad, pero sin olvidar que no hay felicidad sin sacrificio y renuncias.
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Educar a una persona es entusiasmarla con los valores, es convertir a alguien en una persona más libre e independiente. Toda educación humaniza y llena de amor.
Los resortes principales que permiten alcanzar los objetivos propuestos se inspiran en la motivación y en el esfuerzo.
Es tarea del educador descifrar a cada individuo y cuidarlo para que dé lo mejor de sí mismo.
Toda educación es una labor de orfebrería. Se trata de una operación progresiva y lenta que necesita tiempo para ir asimilando lo que le llega, un proceso gradual y ascendente, integral y unitario, que abarca todo lo que puede conducir a la realización más completa de la persona, según sean sus facultades (físicas, intelectuales, afectivas y de la voluntad) y circunstancias individuales (familiares, de residencia, etc.).
El tema de la voluntad afecta a todos de forma directa.
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La educación de la voluntad está compuesta de pequeños vencimientos. Hay que empezar siempre por tareas pequeñas e insistir una y otra vez en ellas, sin desalentarse.
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Lo primero que se necesita es ser capaces de renunciar a la satisfacción que nos produce lo urgente, lo que pide paso sin más. Lo inmediato puede superarse y rebasarse cuando existen otros planes, a los que nos hemos adherido y que han sido incluidos dentro de nuestro proyecto de vida, el cual no se improvisa, sino que se diseña.
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Quien tiene educada la voluntad es más libre y puede llevar su vida hacia donde quiera.
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La aspiración final de la voluntad es perfeccionar, aunque teniendo en cuenta que somos perfectibles y defectibles. Si hay lucha y esfuerzo, se puede ir hacia lo mejor; si hay dejadez, desidia, abandono y poco espíritu de combate, todo se va deslizando hacia una versión pobre, carente de espiraciones, de forma que surge lo peor de uno mismo.
Si el amor y la razón son dos grandes argumentos de la vida del hombre, la voluntad es el puente entre ellos.
La educación de la voluntad debe estar edificada sobre la alegría, que nos conducirá poco a poco a ser mejores.
La voluntad conduce al más alto grado de progreso personal, cuando se ha obtenido el hábito de hacer, no lo que sugiere el deseo, sino lo que es mejor, lo más conveniente, aunque, de entrada, sea costoso.
La voluntad debe ser educada desde la niñez. La vida cotidiana es el campo donde debemos luchar, con el tiempo esa voluntad escasamente formada dejará su rastro en: la propia personalidad, el amor conyugal, la vida profesional y en la cultura.
Vamos contracorriente. Vivimos una época de permisividad, en la que todo vale, cualquier comportamiento se puede dar por bueno, con tal de que a uno le parezca bien o le apetezca. Permisividad y subjetivismo forman un binomio estrechamente entrelazado y conduce al relativismo, tratando de encontrar la verdad a través de nuestros deseos y puntos de vista. La palabra virtud ha caído en desuso.
Fuente: Extracto resumen basado en el Libro "La Conquista de la Voluntad" de Enrique Rojas.