
En la década de los años sesenta, el austriaco afincado en Estados Unidos, Walter Mischel llevó a cabo desde la Universidad de Stanford un famoso estudio longitudinal con preescolares de cuatro años de edad, a los que planteó un sencillo dilema: «Ahora debo marcharme y regresaré dentro de veinte minutos. Si quieres, puedes comerte esta golosina, pero si esperas a que yo vuelva, te daré dos».
Luego les dejó solitos con los caramelos, y enfrentados a la dura tarea de tener que decidir. Efectivamente, algunos chicos (un tercio), no aguantaban ni un minuto y se comían el caramelo una vez que W.Mischel abandonaba la sala; sin embargo otros (dos tercios de los niños), preferían esperar para obtener una mejor recompensa: dos golosinas.
Algo llamó la atención al equipo de experimentadores, y fue el modo en que los niños que aguantaron los veinte minutos, sobrellevaron la espera: algunos se giraron para no tener que ver la golosina, algunos optaron por cantar o jugar para distraerse, y hubo incluso quienes intentaron dormirse. Estrategias todas que pretendían evitar estar continuamente enfrentados al duro dilema al que se les había expuesto.