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La Excelencia Personal
Un proceso de mejoramiento continuo y armónico

Un proceso de mejoramiento continuo y armónico

La excelencia personal, la entendemos como un proceso de mejoramiento continuo y armónico en todas las dimensiones o facetas del hombre: física, racional, afectiva y social; que se constituyen en medios para llegar a la dimensión trascendente que está relacionada con el fin del hombre: el amor.

Enseñar a los alumnos a amar significa ayudarles a desarrollar al máximo todas sus potencialidades y dar lo mejor de sí para servir a Dios y a los demás.  La excelencia empieza por el conocimiento realista de uno mismo, de sus fortalezas y sus debilidades. 

Es tarea de todo educador  ayudar al alumno a comenzar, a mantenerse y a llegar hasta el final en su perfeccionamiento como persona, con fundamentos antropológicos claros que lo convenzan de un modo radical y muy profundo de su ser como la maravilla más grande del mundo.

El alumno – todo hombre- debe empezar por comprender que no es un simple ser humano, una unidad sustancial de cuerpo y alma con facultades propias de la naturaleza humana llamadas a la unidad y a un conocimiento a través de la vivencia de virtudes, debe convencerse de que es un quién, un ser personal único, irrepetible e insustituible y no sólo por sus rasgos peculiares, sino gracias a que posee un acto de ser personal que ha recibido por iniciativa divina y de modo gratuito.  Debe saber que el ser humano es todo hombre con parte sensible y espiritual, pero la persona que es él es cada hombre con una realidad distinta de otra, un sujeto donante que se abre a otro u otros, un yo hacia un tú y hacia Dios. 

Ayudar al hombre a que se reconozca radicalmente persona -pienso- marcará la diferencia de cómo asuma la vida en adelante, luego habrá que ayudarle a que tome sus propias decisiones, ayudarle  pensar y a perfeccionar su voluntad para que no termine siendo un egoísta o mediocre.  Un egoísta porque se preocupa sólo por el perfeccionamiento de sus potencias y un mediocre porque se olvida del servicio a los demás. 

Debe promoverse en el aula condiciones que motiven al alumno a pensar. En la medida que éste aprenda a razonar, a buscar la verdad por sí mismo, a ejercitar su libertad y a rectificar cada vez que sea necesario, irá madurando como persona, consiguiendo la armonía interior y las condiciones para salir de sí mismo, para amar abriéndose a los demás. Ayudar al alumno en este sentido y aprovechar la  adolescencia es clave, no sólo porque  en el adolescente suceden grandes cambios que condicionan a veces el ulterior curso de su vida, sino sobre todo porque es el momento en el que comienzan a despuntar los ideales que muchas veces impulsarán el resto de su existencia individual.  Algunos afirman – y creo que con razón- que una vida lograda es un ideal vislumbrado en la edad juvenil y realizada en la madurez. 

El Padre Jesús Alfaro en uno de sus libros afirma – y coincido totalmente con él – que “descubrir la propia vocación en el mundo es el secreto para amarlo.  Cuando se entiende al mismo tiempo que la vocación supone una dualidad, la vida presente y la futura, entonces la visión del mundo se enriquece, y se vive el hoy para el mañana.  Se entiende el ayer para el hoy”.

Autor: María del Carmen Dongo

Bibliografía:

• En torno al hombre. Introducción a la Filosofía de José Ramón Ayllón. Novena edición. Ediciones RIALP, S.A. Madrid.
• Ética del quehacer educativo de Carlos Cardona. Segunda edición.  Ediciones RIALP, S.A. Madrid.